En la Unión Europea existen
23 idiomas oficiales entre los cuales figura el castellano. Cualquier
representante español puede dirigirse en los foros que intervenga en su propio idioma
y, seguir la traducción de los discursos de sus colegas con el uso del pingadillo.
Pero esa facilidad no debe excluir que los dirigentes españoles que deben
desenvolverse por esos foros deban relacionarse directa y personalmente con sus
homólogos no entiendan ni hablen el idioma inglés, idioma más universalmente
utilizado.
España entró a formar
parte hace 26 años en el entonces Mercado Común, por lo que todo alto responsable
político ha tenido tiempo sobrado para aprender inglés. Sin embargo, ningún
Presidente español desde la Democracia, ha hablado directamente con sus colegas
en inglés. Es más ninguno de ellos, con la excepción de Aznar, -con su limitado
spanglish - han podido
dirigirse en los foros en inglés ó cambiar impresiones con sus homónimos en ese
idioma. Ese aspecto contrasta con la realidad cotidiana, donde en cualquier
currículo, el dominio del idioma inglés es indispensable para aspirar a
cualquier empleo de cierto nivel.
Resulta chocante y
triste la escena a la que estamos acostumbrados a ver al Presidente del
Gobierno español sentado frente a cualquier colega europeo, con un traductor
entre ellos. Más sorprendente y denigrante la escena del paseo relajado entre
ambos -supuestamente secreta para que nadie se entere de la conversación- por
los jardines de la estancia del anfitrión, con el traductor tras ellos.
Históricamente ha
existido un sentimiento carpetovetónico de soberbia cuando se trata de defender
unos principios basados en que corresponde a los demás la obligación de hablar y entender el idioma castellano.
Dos breves ejemplos lo pone de evidencia: El primero hace referencia a una
corrida de toros en el sur de Francia, en la que, al ser preguntado el torero “El
Guerra” con un: ¿Qué tal maestro? La respuesta de éste fue:”Pué ya ve usté,
aquí, ¡rodeado de extranjeros!” El
segundo, la secuencia de la película española: 1 franco 14 pesetas, en la que al
ser preguntada la protagonista, una emigrante española recién llegada a una
localidad suiza de habla alemana, comentaba muy apenada “lástima de que no nos
entiendan cuando les hablamos en español”
Los altos dirigentes
españoles y, sobre todo los Presidentes, deberían dominar idiomas, ni que solo fuera
como expresión de cultura, en lugar de ser pasto de la xenoglosofobia que
consiste en un persistente, anormal, injustificado miedo o simple
animadversión a las lenguas extranjeras.
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