Un gasto o inversión que no proporciona un bien superior es simplemente un despilfarro, aspecto que se olvida con tanta frecuencia que el despilfarro se constituye algo habitual.
Si bien la existencia de unos excesivos gastos no han sido el origen y causa de la crisis, ante la aparición de la misma urgen recortes o eliminaciones que provocarán el descontento general. Es en esos momentos que los distintos gobiernos (Central, Autonómicos y Locales) tienen que aplicar unas políticas de austeridad para recortar como sea la acción devastadora producida por el despilfarro durante años.
Existe un notable paralelismo entre dirigir un Gobierno, una organización o empresa, con independencia de su actividad y tamaño, partiendo de que todos ellos se basan en dos principios fundamentales: unos ingresos y unos gastos. Compaginar esos dos componentes es la base de toda gestión empresarial, pero no es tan fácil como pueda parecer a primera vista, sobre todo en el ámbito político.
Veamos un caso real. Muchos Ayuntamientos, aupados por los fuertes ingresos registrados en los años buenos como el IBI, concesión de obras e impuestos relacionados con la actividad constructora e inmobiliaria creyeron que aquello duraría toda la vida. Engrosaron las estructuras sin necesidad ni justificación alguna. Se comprometieron con promesas que en aquellos momentos podían resultar alcanzables, pero que cuando se secaron las ubres se encontraron que aquellas promesas estaban por pagar o se tenían que anular. Se habían reducido los ingresos drásticamente pero no el enorme capítulo de gastos.