Durante muchos años, pertenecer a la nómina
de un banco era sinónimo de tener un trabajo de por vida, con ventajas y
privilegios impensables en otros sectores económicos. Eran las épocas en que
los bancos ganaban mucho dinero porque imponían sus leyes en el mercado y, por
consiguiente podían ser muy generosos con su personal. Varias pagas
extraordinarias al año, laxos horarios, amplios permisos, pocos sobresaltos y
mucha tranquilidad. Por las tardes muchos empleados “llevaban contabilidades” de
los clientes del banco, ganándose un sobresueldo, obviamente en dinero negro.
El empleador estaba muy satisfecho con esa colaboración, no tanto por el rigor
contable, sino por tener cerca de él a una persona vinculada con el banco en
que mantenía sus cuentas.
dimecres, 25 d’abril del 2012
Otras víctimas de los bancos. Por Eliseu Santandreu. Publicado en Avui el 21 de abril.
Conforme transcurrían los años, el empleado acumulaba
los derechos que le proporcionaban la antigüedad. Conforme se morían o jubilan
los superiores se ascendía más por meritocracia que por eficiencia. En la
historia bancaria se han dado casos como el Alfonso Escámez, que a los doce
años de edad empezó de botones en el desaparecido Banco Central, para acabar de
Presidente en el mismo banco, en
1973.
En todas las familias había, por lo menos, un
empleado de banca –hasta muy tarde no se incorporó la mujer- para orgullo de la
saga. A él recurrían todos los miembros de la misma para recabar información y
consejo. Era el miembro más valorado por los componentes del clan, por encima
de médicos, notarios e ingenieros, ya que éstos les pedían consejos. Ser
empleado de banca suponía pertenecer a una casta envidiable y envidiada.
Fueron pasando los años con una gran placidez
hasta que a finales del siglo pasado, se registraron dos aspectos que romperían
con la historia: la aparición de la supercuenta y las mega fusiones –BBVA y
Santander- lo cual supuso el surgimiento de un nuevo entorno bancario -las
cajas lo harían mucho más tarde- Fue entonces cuando se intensificó la
formación del personal; se dejo de ascender por méritos; se contrataban
expertos de otras entidades, anulando el pacto de “no robar personal”; se segmentó
el negocio en especialidades, como banca privada, fondos de pensiones y de
inversión; se reestructuraron plantillas prejubilando espléndidamente a las
personas que no podían seguir el nuevo ritmo, ancladas en el pasado, para
sustituirlas por personal más joven y eficiente.
De los productos tradicionales como préstamos
al consumo, créditos a las empresas, descuento comercial, imposición a la vista
y a plazo y, las recurrentes tarjetas de plástico, se pasó, en un abrir y
cerrar de ojos al “y yo más” Cuando una entidad lanzaba un producto nuevo, las
otras lo copiaban. Surgieron sucesivas guerras de activo, de pasivos y de ambas
simultáneamente; se ofrecieron complejos productos de inversión a particulares
no expertos (bonos, participaciones, pagarés) cuentas combinadas, inversiones
mixtas y sofisticados productos como swaps.
La rapidez con que se introducían esos
productos afectaba física y psíquicamente a los empleados. Tuvieron que hacer
cursos acelerados para comprender y vender los nuevos productos; destinar más
tiempo a la venta que a la “administración”, a cuyo fin de modificó la
estructura de las oficinas en despachos con mesas de cara a dar un servicio
individual al cliente.
En Internet se pueden leer quejas de
empleados de banca, entre las que destacan: a) “cada vez prima más el interés del banco sobre el del cliente”, b) “debido
a la presión por vender debemos colocar que no es lo más adecuado para determinado
cliente", c) “trabajar hoy en un banco, de cara al público implica tener
que soportar acusaciones e insultos de los clientes, d) "al cliente más tonto
es al que más se le vende", e) cada día debemos soportar que somos
unos ladrones, sinvergüenzas, mentirosos, f) “en la sucursal de un pueblo de
Granada donde se vendieron muchas preferentes las esposas de los empleados sufren acoso e
insultos en el supermercado. Esas declaraciones de los propios afectados
son la evidencia el hecho de que los casos de ansiedad y absentismo se hayan
disparado.
Sin embargo, la lucha no ha hecho más de
comenzar. La agresiva competencia bancaria no permite a las entidades bajar la
guardia, por lo que en un futuro inmediato se agudizará aún más la presión en
el sector, por ostentar la supremacía del ranking.
Ser “bancario” quizás haya dejado de ser un chollo.
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