Durante la
primera mitad del siglo XIX las Cajas de Ahorro iniciaron sus actividades cuya
ascendencia habían sido los Montes de Piedad. Esas actividades se caracterizaron
por unas estrictas normas restrictivas y en su reducido ámbito geográfico.
En 1977, en el
marco de una incipiente democracia las Cajas de Ahorro estaban bien
capitalizadas, contrariamente a la mayoría de Bancos, prácticamente arruinados.
La transición política española y la entrada en la UE obligó a profesionalizar
las Cajas. Debido a la reestructuración del Estado en 17 Autonomías se inició
un proceso de reformas y liberalización de las Cajas, para otorgarles las
mismas prerrogativas que los Bancos. Cada autonomía ansiaba disponer de fuentes
propias de financiación para sus proyectos y vieron una gran oportunidad en que
las Cajas pasaran a estar bajo su jurisdicción.
Al tratarse de sociedades
anónimas, en los bancos son los accionistas quienes adoptan, a través de sus
órganos las decisiones más importantes, al tratarse de su propio dinero. Al carecer
de accionistas, en las Cajas, las decisiones más importantes las toman los consejeros
al frente de los órganos que las regulaban. Esos puestos de consejeros se
asignaron mediante el establecimiento de unas cuotas de representación a
diversos colectivos como partidos políticos, agrupaciones empresariales y
sindicatos.
Desgraciadamente,
el tiempo y la experiencia ha venido a demostrar que los colectivos afectados delegan
su representación a personas significativas de su organización por diversas
razones, como a) porque desean deshacerse de ellas por inútiles o molestas; b) porque
les desean premiar por los servicios prestados, enviándolas al cementerio de
elefantes o, c) porque al carecer de nivel para ostentar cargos de mayor
relieve, se les daba así la oportunidad de que no incordiasen a cambio de unas
bicocas que nunca habían soñado.
Políticos y representantes
de los colectivos implicados asaltaron las Cajas. Sustituyeron a los gestores más
expertos y eficaces para enchufar a amigos, familiares y personas afines a sus
intereses políticos, asignándoles unos emolumentos desatinados, con la consigna
específica de que dieran sus votos a la financiación de empresas de dudosa
viabilidad vinculadas al partido; a los intereses personales de sus consejeros
o, a obras faraónicas sin ningún interés ni utilidad social, con la pretensión
de que sus votantes sabría valorar esos desvelos y así repetir mandato. Todo
ello sin perjuicio de la supuesta percepción de comisiones.
En su afán de
competir con los bancos, las Cajas se lanzaron a costosas campañas de captación
de recursos y oferta de productos, muchos de ellos de tal complejidad que los
empleados encargados de “venderlos” desconocían. Las órdenes que emanaban del
órgano superior consistían en endosarlos a los clientes a toda costa, con
promesas vacuas, haciendo dejación de las conservadoras políticas de inversiones
y crédito que habían caracterizado a las Cajas. Si bien esas políticas les
proporcionó una captación enorme de clientes y un espectacular crecimiento, los
márgenes financieros eran cada vez más exiguos, con el consiguiente riesgo y
considerable incremento de la morosidad, sobre todo por la irrecuperación de
los monstruosos créditos concedidos a entidades públicas y privadas de nula
rentabilidad y a patrocinar entidades deportivas, ferias y otros eventos de
dudoso éxito, con la pretensión de captar un público cautivo, así como otros
destinos que obedecían solo a espurios intereses políticos. Dado que las Cajas
no pueden acceder a los mercados financieros, para captar recursos recurrieron
a ofrecer participaciones preferentes y la concesión desatinada de hipotecas de
infausta memoria y gran perjuicio para muchos inversores.
El resultado de esas malas prácticas es sobrada
y tristemente conocido. Desde que en el año 2009 apareció el primer fiasco -Caja
de Castilla La Mancha- se han ido sucediendo la insolvencia de una tras otras de
la mayoría de las 49 Cajas que componían ese colectivo, como si de un efecto mimetismo
se tratara, como si hubieran pugnado entre ellas sobre cuál lo había hecho peor
y había causado más perjuicios. Las Cajas decidieron concentrarse con el
resultado de que la fusión o absorción de varias Cajas ruinosas, dieron como
resultado una gran Caja quebrada, teniéndose que inyectar unos 100.000 millones
de euros en ayudas públicas equivalentes a 2.175 euros por cada ciudadano. Sin
embargo, mientras todo eso ocurría la estrategia continuaba siendo la de siempre:
“untar” generosamente a consejeros y altos directivos con altos sueldos,
vergonzosos fondos de pensiones y millonarias cantidades por su cese.
Actualmente hay
300 dirigentes de Cajas de Ahorro imputados aunque probablemente aparezcan más.
Sin embargo, lo más destacable es que muchos de ellos siguen formando parte en
los consejos de administración de empresas del Ibex como Telefónica, Banco
Santander o Sacyr entre otras, como si nada hubiera ocurrido.
Conclusión: Si las
características de las Cajas habían sido la de tratarse de “entidades sin ánimo
de lucro” y destinar parte de sus beneficios a la obra social que tanto
valoraba el ciudadano, unos indignos y ambiciosos dirigentes las transformaron
en “entidades para su lucro personal” con grave perjuicio a los clientes más
humildes e indefensos. Es de desear que la Justicia haga honor a su nombre.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada