Este es el caso de un aspirante que,
atendiendo a los consejos de diversos entes y organizaciones, que no se cansan
de proclamar que para solucionar el desempleo, lo mejor es poner en marcha un
negocio propio. Nuestro personaje se impresionó con ese mensaje y decidió poner
en marcha su propio negocio.
Tras constituir la sociedad, gastando en ello
el dinero de que disponía más el que le prestaron amigos y familiares inició la
consabida procesión por varias entidades financieras, en busca de la
imprescindible liquidez para financiar inversiones y circulante. Las seis entidades financieras consultadas
coincidieron en que consideraban el proyecto muy oportuno y útil, pero le
exigían garantías reales o personales.
Cansado de las reiteradas negativas
bancarias, alguien le sugirió que consultara a algunas sociedades de capital
riesgo y Business Angels. Tras contactar con varias de ellas, todas ratificaron
la bondad del proyecto, pero declinaron la posibilidad de financiarlo alegando
que no invertían en nuevos proyectos, dado que no contemplaban la modalidad de
capital semilla. Una prueba exhaustiva de ayuda a los emprendedores.
A punto de tirar la toalla, un amigo le entregó
un folleto del L’Institut Català de Finances (ICF) en el que anunciaba financiación para nuevas empresas a través de préstamos y
avales. ¡Justo lo que necesitaba!
Puesto en contacto con la entidad tuvo que confeccionar
un nuevo plan de empresa adaptado a las exigencias e instrucciones del Institut.
Tras varias entrevistas, al cabo de unos días la respuesta fue que, a pesar de
la indudable calidad del proyecto no podían concederle la financiación solicitada,
alegando que, al tratarse de recursos públicos debían ser muy rigurosos en su
concesión.
Finalmente, el frustrado emprendedor decidió
abandonar el proyecto. Cuál no ha sido su sorpresa cuando, recientemente ha
leído en la prensa que el ICF tiene pendientes de recuperar una veintena de
préstamos a Spanair, que se encuentra en concurso de acreedores, por
importe de 85 millones de euros. Lo primero que vino a la memoria del
emprendedor fue la frase que recibió del Institut: “debemos ser muy rigurosos……”
Ese emprendedor se sintió engañado por quienes
propagan con la boca abierta y profusión de publicidad la necesidad de estimular
a los emprendedores. Le cuesta creer que un ente que se supone debe ayudar a
financiar nuevos proyectos empresariales entre otros fines, resulte tan
riguroso con unos y tan laxo con otros. Todo induce a pensar que, presuntamente
–palabra de moda- se apliquen criterios económicos para unos y políticos para
otros.
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