El pasado dos de
septiembre el Congreso de los Diputados aprobó, gracias a los votos del PSOE
y PP -que, por cierto, era la primera vez en mucho tiempo que se ponían de acuerdo
en algo fundamental- la reforma del artículo 135 de la Constitución referido a
la estabilidad presupuestaria de las Administraciones.
Debo
anticiparme a declarar que no emitiré juicios de valor sobre si ese acuerdo ha
sido gracias al “rodillo político” con desprecio al resto de fuerzas políticas,
si es el mejor acuerdo posible, o si por el contrario es un error. Sin embargo
creo oportuno comentar que en la forma en que se ha llevado a cabo han crispado
el ámbito de la política, aunque en el fondo ese acuerdo es oportuno. Me limitaré
pues a realizar unas simples reflexiones de índole económica que brindo al
amable lector.
El
aspecto fundamental de esa modificación consiste en que el Estado y las
Comunidades Autónomas, no podrán incurrir en un déficit estructural en relación
a su PIB (producto interior bruto: valor de todos los
bienes y servicios producidos en un país) que supere los márgenes
establecidos por la UE.
En primer lugar es
conveniente repasar algunos datos: La deuda de las familias ascendía en el mes
de julio a 882.420 millones de euros y de ella la deuda hipotecaria se situó en
671.308 millones de euros, es decir el 76%. Por otro lado, la deuda de las
empresas se situó en los 1,2 billones de euros. Así, la deuda total de familias
y empresas ascendía a más de dos billones de euros, equivalentes a casi tres
años del PIB. Pensemos por un momento en una familia que tuviera una deuda
equivalente a tres años de sus ingresos futuros y que sus incrementos salariales
estuvieran limitados e incluso reducidos. Obviamente, esa situación resultaría
insostenible. Pero, aunque también es cierto que esa deuda suele estar concertada
a varias decenas de años como es el caso de las hipotecas, el hecho solo de
existir mina la solvencia de la familia ante sus acreedores en la medida que les
suscita el temor de que no podrá devolverla por lo que les resulta imposible endeudarse
más. Eso también sucede en los Estados que están muy endeudados, que generan
dudas por lo que en el caso de que alguien les preste dinero siempre será a
costa de un mayor coste financiero.
DEFICIT Y GASTO
PÚBLICO. En algunos sectores de la sociedad se afirma que el acuerdo pretende
poner un techo de gastos. Esa definición es falsa ya que se trata de un techo
de déficit que, además se puede elevar si la recesión lo exige.
Analicemos lo que
precede. El déficit estructural español en 2011 se
estima en un 2.5% del PIB al cual habrá que añadir otro 2.5% del PIB en
concepto de intereses de esa deuda, es decir, totaliza un déficit estructural
del 5% del PIB, unos 50.000 millones de euros. El pacto alcanzado es que ese
déficit no podrá sobrepasar el 0,4%, es decir, reducirlo en más de cuatro
puntos.
El
déficit es el resultado de unos ingresos menos unos gastos, por lo cual para
corregirlo se puede actuar reduciendo gastos e inversiones, sobre todo en lo
relativo al despilfarro de gastos de todas las Administraciones o, elevar la
presión fiscal, para mantener un cierto estado del bienestar. Por cierto, la
presión fiscal en España es de las más bajas de Europa.
Todo ello, sin olvidar
la necesidad de luchar contra la economía sumergida que es una lacra que pesa
como una losa y que algunos medios la sitúan en un 20% del PIB. Imaginemos que
por arte de magia pudiera aflorar la economía sumergida ¡se podrían conseguir
200.000 millones de euros!
URGENCIA No
debemos olvidar que España estuvo en un tris de ser intervenida y que se ha
salvado momentáneamente porque la CE compró deuda española, reduciendo la prima
de riesgo que llegó a sobrepasar los 400 puntos. Al parecer mucha gente de nuestra
sociedad aún no ha entendido –o no quiere hacerlo- que la situación económica
de nuestro país es de extrema gravedad aunque ahora no sea el momento de
lamentarnos de ello ni de acusar a quienes la causaron. Hay que tomar medidas
drásticas para hacer frente a la misma, aunque resulte sangrante y doloroso.
Obviamente, la
decisión adoptada supone una cesión de soberanía nacional en materia
presupuestaria aunque, si formamos parte de una Europa del Euro, no podemos
sustraernos a las ventajas e inconvenientes que ello conlleva.
Para finalizar,
deberíamos olvidarnos de dogmatismos demasiado ideológicos y tener una vista
pragmática de la realidad actual, tal como hacen los países con mayor visión
que nosotros. Por otro lado, no se llegara a soluciones viables hasta que la
política no se inmiscuya en la economía y viceversa.
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