Si ya resulta muy complejo dirigir cuando solo hay un dirigente máximo, es muy difícil, sino imposible, cuando son tres. Es más, cualquier manual de organización desaconseja esa posibilidad porque el resultado esta cantando de antemano: acabará en un rotundo fracaso.
Haciendo un parangón sobre qué sucedería en una organización o empresa, dirigida por una cúpula tricéfala cuyos componentes tuvieran unos principios personales y profesionales distintos e incluso opuestos, con intereses y posiciones antagónicas, pero con una influencia decisiva en las decisiones a pesar de un supuesto liderazgo del Presidente, el resultado sería el de un fracaso absoluto.
Por otro lado, cualquier empresario o dirigente con experiencia sabe perfectamente que no es lo mismo dirigir en tiempos de bonanza económica que en los de crisis, máxime cuando ésta es del calado de la actual. En el escenario de crisis deben revisarse las estrategias y técnicas diseñadas para los buenos tiempos y adaptarlas a los nuevos objetivos y necesidades priorizándolas para subsistir que es ahora lo más importante.
En las empresas con visión y experiencia la existencia de un protocolo familiar se contempla como una prioridad quién dirigirá la empresa o, en su caso, como se producirá la rotación en los puntos clave, en el caso de haber muchos descendientes, pero raramente se contempla una dirección tricéfala como es el caso que comentamos.
¿Qué ocurrió durante los últimos cuatro años en el Govern de la Generalitat de Catalunya? Que, por motivos estrictamente de interés político, tres dirigentes de otros tantos partidos políticos decidieron se unieron para regir los destinos de Catalunya, designando como adalid del grupo a José Montilla que no ha destacado por una capacidad para comunicar sus decisiones, una personalidad hierática; aparente ausencia de autoridad y falta de cohesión, precisamente por las presiones de sus socios de poder. Su lema fue “pocas palabras y muchos hechos”, cosa que no supo cumplir con su matriz de Madrid.
Un aspecto pernicioso de ese “trigobierno”, que no tripartito es que cada dirigente decidió sobre sus cargos de confianza, asesores, personal eventual, comisiones de sabios, estómagos agradecidos y duplicidades que han conducido a una estructura tan abultada como inoperante y onerosa, que ahora se deberá corregir.
Como no se trata de hacer leña del árbol caído, es justo reconocer que José Montilla es una persona educada, tranquila, sin estridencias y con buenos modos. Nunca se le vio perder los estribos ni siquiera cuando anunció la dimisión de sus cargos con una expresión en su rostro como el que cuando fue nombrado President. Se le tiene que reconocer un mérito que le honra: la declaración de que asume la responsabilidad de todos los errores que se pudieran haber cometido durante su mandato, rara avis en nuestra cultura.
Pero, un buen alcalde y un correcto ministro no supone necesariamente ser un excelente político con responsabilidades de alto nivel. La Ley de Peter ya define el límite de la incompetencia. Ese ha sido el caso de José Montilla, buen gestor según la opinión de muchos, pero que quiso contemporizar las emociones por encima de ejercitar un liderazgo pragmático.
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