En un mundo preocupado por los
resultados empresariales a corto plazo, las empresas familiares (EEFF) basan sus
políticas en una visión a largo plazo. Por su propia naturaleza, este tipo de
empresas adoptan un enfoque basado en el patrimonio, garantizando la alineación
de los intereses de la empresa con los de sus accionistas o propietarios. Esta
concordancia permite plantear inversiones a largo plazo aunque ocasionalmente pueda
causar un impacto negativo en los resultados a corto plazo, lo cual es posible
gracias a la estabilidad del accionariado y del equipo directivo. Esta
orientación al futuro también permite desarrollar una marca fuerte, clave del
éxito futuro.
Descartando las sociedades financieras,
que no suelen estar en manos de familias, el superávit de las EEFF ha supuesto el
50% en los últimos diez años. Un análisis realizado recientemente en Europa sobre
las mismas, pone de manifiesto que el superávit de rentabilidad persiste, sin
diferencias significativas en función del tamaño de la empresa
Otra característica interesante de este
tipo de empresas reside en la mayor solidez de su balance. Su visión es muy
distinta a la del accionista externo, cuyo único objetivo consiste en maximizar
sus beneficios. Por esa razón las EEFF suelen ser reacias a dar entrada en a
accionistas o inversores externos. Los propietarios se sienten muy celosos de
su empresa y no quieren que nadie conozca sus interioridades.
En cambio, uno de sus riesgos más
destacables consiste en la dependencia de la empresa con respecto a su fundador. Resulta
habitual que una empresa floreciente no sobreviva a la desaparición de su
fundador, por lo que resulta fundamental realizar una planificación adecuada de
la sucesión. De ahí, la importancia de que las EEFF deban disponer de un
protocolo adaptado a sus circunstancias y particularidades, a fin de tener
planificado de antemano su futuro cuando los fundadores decidan dejar su sitio
a nuevas generaciones, mueran o decidan retirarse “de verdad”.
Otro riesgo muy ligado al anterior
consiste en el poder absoluto que radica en la persona del fundador el cual concentra
todos los poderes y gran parte de los conocimientos específicos, así como la impronta que su
personalidad ha supuesto en cuanto al grado de ética profesional y personal
respecto a las relaciones con bancos, proveedores, clientes, etc. Lo que en
términos competitivos se podría denominar “dejar el listón muy alto para los
que le seguirán”.
Sin embargo, la posesión de ese poder absoluto
le puede conducir a sobrevalorar sus propias capacidades, y tomar decisiones
demasiado agresivas pudiendo conducir a la empresa a la ruina, simplemente
porque nadie se lo puede arrebatar. Un accionista avezado que desee invertir en
una empresa de carácter familiar le resultará de mucha utilidad prestar
atención al gobierno empresarial.
Aunque la concentración del poder de la propiedad y de la gestión en las mismas manos puede desembocar en una gestión agresiva, esas empresas son las que mejores resultados cosechan. En algunos casos la empresa puede encontrarse en la misma situación que un gobierno dictatorial dado que el poder de decisión radica en una única persona que es quien mejor conoce su producto y su mercado, pero gobierno sola, con los riesgos que ello implica.
Por último, una característica muy
ligada a las EEFF, sobre todo a lo que hace referencia a sus fundadores o
máximos representantes consiste en el uso de la intuición, que consiste en el conocimiento que no sigue un camino racional para su construcción y formulación y, por consiguiente,
no puede explicarse ni verbalizarse.
La importancia de la intuición se puede resumir en
una cita atribuida a Henry Ford en la cual afirmaba: "Si
hubiera preguntado a mis clientes qué querían antes de fabricar mi coche, me
habrían contestado 'caballos más rápidos'".
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