Ahora que por activa y
por pasiva hemos sido rescatados. Que los acreedores nos vigilan como a los
malos pagadores y que Europa nos exige que nos reformemos porque carecemos de toda
credibilidad. Ahora que ya hemos enseñado las vergüenzas es hora de rescatar la ética perdida,
cuya carencia, durante muchos años ha sido, en gran medida, la causante de la
crisis que padecemos.
En los últimos años, muchas Cajas
de Ahorro y Bancos han incurrido en negligencia profesional; han cometido graves
imprudencias en la concesión de créditos
en el ámbito inmobiliario; se han auto adjudicado millonarias retribuciones,
jubilaciones e indemnizaciones siempre injustificadas, sobre todo por quienes condujeron
a la quiebra a su institución; han abusado de una incompetencia profesional de
muchos consejeros y altos directivos; han comercializado productos de dudosa
legalidad; han estado aplicando comisiones y márgenes de intermediación
abusivos, Esos y otros desmanes han originado el gran desprestigio del sistema
financiero español en general y de la banca en particular.
Por supuesto, no todas las
entidades han actuado de igual modo ni han incurrido en graves o gravísimas faltas.
Un buen ejemplo de esas excepciones lo constituye dos de las 45 Cajas de Ahorro de otrora: la Caja
de Pollensa y la de Caja de Ontinyent. Han sobrevivido al tsunami que ha devastado
a sus homólogos. Su mérito ha consistido en no haberse embarcado en riesgos
innecesarios y no estar dirigidas por directivos con afán de enriquecerse a
toda costa. En definitiva, “solo” se han dedicado al negocio de banca.
La ciudadanía está justamente escandalizada e
indignada ante el hecho de que, -hasta la fecha- una cincuentena de banqueros
esté acusada de estafas, malversaciones, fraudes, engaños, etc.
Todo ello ha sucedido mientras el
principal supervisor, el Banco de España, que siempre ha presumido de ser el
más solvente y modélico del mundo, ha asistido a esos fiascos con absoluta
negligencia e impunidad, como si de un invitado de piedras se tratara. Los miles
de clientes más modestos de las entidades financieras han sido objeto de
fraudes colectivos, a diario y recurrentes año tras año, con una ignorancia, -quizás
interesada- por parte de quienes estaban obligados a evitarlos y sancionarlos.
Ahora que se conocen las malas prácticas y los
miles de afectados, es urgente y necesario que el sector financiero recupere la
imprescindible ética que, aunque siempre debe presidir todos los ámbitos económicos
es en aquellos entornos en los que se trafica con dinero ajeno de titulares
diversos y con frecuencia modestos, que depositan su confianza en el buen hacer
de esas entidades, donde es, aún, mucho
más exigible.
Sin embargo, surgen serias dudas de que ese deseo pueda
llegar a ser aplicable. La reducción de la competencia como resultado de la
transformación del sector y la consiguiente desaparición de entidades que
quedarán reducidas a una docena, ¿facilitará la implantación de una ética?, o
por el contrario, ¿dará origen a un oligopolio como ya sucedió en otras épocas
de infausta memoria? Por otro lado, los bancos que sobrevivan ¿volverán a aspirar
a que sus beneficios crezcan un 25 o 30% anual, como ocurrió en los años
anteriores a la crisis? ¿Los reguladores y supervisores ejercerán realmente su
obligación para acabar con la enraizada cultura de engañar al cliente con
productos que no conocen ni entienden quienes los venden?
Las entidades
financieras deben reconciliarse lo antes posible con sus clientes y recuperar su
confianza y la de sus accionistas, sobre todo los pequeños, ya que son los que
les producen mayores ingresos y beneficios, dado que a los grandes grupos no les
preocupa esa reconciliación, pues la carencia de la misma es un vehículo que
les proporciona ingentes beneficios.
Hace ya mucho tiempo que
los usuarios de los servicios bancarios se sienten absolutamente engañados en
unos casos, estafados en otros y perplejos en todos, cuando comprueban los
despilfarros que aún se comenten en muchas entidades “quebradas”. La estrategia
debe pasar por demostrar con seriedad, humildad y sinceridad una predisposición
para cambiar el paradigma que
nunca habían de haber abandonado.
Paralelamente, también
es urgente que se estimule, facilite y divulgue una pedagogía y una mayor
cultura financiera por parte de los usuarios ya que cuanto mayor sea ésta, más
se limitarán las oportunidades de abuso.
Los recientes
escándalos y crisis financieras exigen la puesta en marcha de modelos de
supervisión que doten de seguridad jurídica al sistema de control de las
entidades que operan en el sector financiero. La intervención de instituciones
públicas que supervisen y regulen el sector financiero, tiene justificación, ya que admitiendo que
siempre se producirán fallos inevitables, se minimicen, controlen, corrijan y
sancionen, a fin de disponer de un nivel de eficiencia del sistema, dirigido solo
por criterios profesionales y éticos, lejos de intereses personales o de grupos
interesados.
1 comentari:
Nada mas 50 hay que ver los que se están librando....
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