En el último consejo de Administración de
Novagalicia (NCG), los nuevos cargos que sustituyen a los que huyeron con el
dinero, José María Castellano y César González-Bueno, pidieron perdón a los accionistas y clientes del banco,
por haberles vendido participaciones preferentes y acciones de la propia
entidad cuando salió a cotizar a Bolsa. También lo hicieron por la actuación de
los anteriores directivos de la entidad, que la abandonaron con indemnizaciones
millonarias que esperan serán investigadas por la Justicia.
Ese acto de contrición, poco común en los entornos
políticos y económicos es el primero que se produce –hasta la fecha- aunque con
toda seguridad será imitado por otros, aunque solo sea para dar la sensación de
arrepentimiento y de paso para que la Justicia, por si alguna se sentara en el
banquillo, se le tenga en cuenta como un atenuante.
Aunque siempre es loable
que alguien pida perdón por los perjuicios y daños que él, o sus antecesores,
hayan podido causar a clientes y accionistas o a la entidad a la que
representaba, lo primordial es adoptar todas aquellas medidas y medios para
evitar cometerlos en el futuro.
Uno de los errores, fortuitos
o interesados cometidos últimamente por las entidades financieras, consistió en
vender productos de alto riesgo, con la excusa de que los subscritores sabían
lo que compraban, añadiendo que habían firmado unos documentos en los cuales se
explicaba con detalle las características del producto. En realidad esas
operaciones se realizaron abusando de la confianza de los clientes en los
empleados “que toda la vida le había aconsejado” y que, como la mayoría de los
mortales no leyeron la letra pequeña.
DIFERENCIA
ENTRE AHORRADORES E INVERSORES
Quienes adquieren unos
productos de dudosa bondad, suelen ser ahorradores y no inversores. Un inversor
con cierta experiencia no recurre a
los consejos de un empleado de Banca. Conoce perfectamente la relación
entre tres requisitos financieros de primer orden: riesgo/rentabilidad/liquidez,
por lo que, bien por conocimientos o por escarmiento propios sabe perfectamente
qué le interesa y qué no, de la amplia oferta de las entidades. Suele ser una
persona arriesgada dispuesta a asumir unos riesgos a cambio de conseguir una
rentabilidad superior a la media de oferta del mercado, pero informándose muy
bien de lo que compra y asumiendo tanto las pérdidas como los beneficios.
En cambio, el ahorrador
es una persona que destina una parte de sus ingresos al ahorro con la finalidad
de que ante una dificultad económica, pueda rescatar todo o parte de los mismos
o, bien para que al cabo de muchos años de trabajo se encuentre con un dinero
con el que complementar su pensión y poder seguir llevando un nivel de vida
digno.
Como esos ahorros suele
depositarlos esos ahorradores generalmente en una cuenta de ahorro a plazo
fijo, suponen un caramelo para la entidad financiera en la que están
depositados y que les interesa invertirlos en otros productos de su interés. Es
entonces cuando a través de la red de oficinas la entidad busca la forma de
plantearle al cliente que cambie de producto. Aquí se inicia un proceso de
captación, ofreciendo, no siempre exento de cierta presión. que trasvase su
ahorro en unos productos que les renterá una mayor rentabilidad, con absoluta
seguridad y la disponibilidad inmediata en caso de venta, cuando cualquier
inversor sabe que no existe un producto que reuna las tres condiciones
conjuntamente.
En resumen, para evitar
los abusos que han venido cometiendo muchas entidades financieras lo primero
que deberían tener en cuenta es la diferencia entre inversor y ahorrador. A los
ahorradores, generalmente con pocos o nulos conocimientos financieros, no se
les debe ofrecer productos de alto riesgo y dudosa liquidez inmediata con la
promesa de una alta rentabilidad, como ha sucedido, por ejemplo, con las
participaciones preferentes
Asimismo, los
ahorradores deben saber que nadie ofrece gangas. No es posible que con un tipo
de interés en cuentas de ahorro del 2% le ofrezcan cambiar a un producto que le
rentará un 7%, con absoluta liquidez y total seguridad, sin que haya “gato
encerrado”, por muy amigo y simpático que sea quien lo vende.
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