En la última década del siglo pasado, cuando las
Cajas de Ahorro españolas cayeron en la cuenta de que en su conjunto ostentaban
el 50% del negocio de las entidades financieras decidieron competir
abiertamente con los bancos a pesar de las diferencias ideológicas que separaban
a ambos colectivos. Con esa decisión, las cajas se alejaban de su filosofía
tradicional de fomentar el ahorro, sobre todo de familias y particulares y
dirigirlo hacia finalidades de carácter social, mientras los bancos eran
sociedades anónimas con afán de lucro a fin de retribuir a sus accionistas. Esa
decisión que al principio les dieron buenos resultados, fué el embrión de la
debacle que se producía pocos años después.
Ese
cambio del modelo de negocio quebró la característica más importante de las
Cajas, basada en que los delegados de oficina conocían personalmente a cada
cliente, custodiaban su patrimonio y les asesoraba sobre inversiones. Ese
aspecto, unido al hecho de tratarse de entidades sin ánimo de lucro y, por
supuesto la Obra Social, fueron los aspectos más sobresalientes de que las
Cajas de Ahorro alcanzaran el prestigio y fama que las diferenciaba de los
bancos.
Para lograr los nuevos objetivos, basaron su
estrategia en crecer orgánicamente abriendo nuevas oficinas y contratando más
personal –en menos de veinte años el conjunto de cajas españolas abrieron 6.300
nuevas oficinas, la mayoría de ellas en distintas áreas geográficas donde
radicaban- mientras los bancos reducían sus estructuras, adquirían otras
entidades y se internacionalizaban.
Para infiltrarse con éxito en territorios copados
por la competencia y, para diferenciarse de la misma, recurrieron a conceder
hipotecas a constructores, promotores y particulares. Esas hipotecas les facilitó
titularizar créditos y colocarlos como bonos en los mercados y cuyo producto
volvían a reinvertir; ofrecieron a sus clientes productos de importación como swaps; para financiarse recurrieron al
interbancario, emitieron pagarés, participaciones preferentes y deuda
subordinada que ni los empleados que las vendían entendían su significado ni
operativa, que los fieles clientes de toda la vida adquirían porque se las
ofrecía una persona de su confianza.
Esa descontrolada expansión obligó a las Cajas a fichar
a altos directivos experto en la práctica bancaria, retribuyéndoles con salarios,
prebendas, fondos de pensiones y
blindajes millonarios, que se han ido conociendo a medida que iban
desapareciendo. Por otro lado, la influencia política en las decisiones de las
Cajas de Ahorro y la prioridad en los intereses particulares de sus Consejeros
o de partidos políticos representados fueron circunstancias que también contribuyeron
al inevitable desastre.
La situación en Catalunya
Cinco, de las diez Cajas de Ahorro catalanas se
fundaron en el siglo XIX. La primera fue la de Sabadell en 1859 y las cinco
restantes en el siglo XX, la última Caixa de Tarragona en 1949. La antigüedad y
arraigo de las mismas pone en evidencia la importancia que adquirieron en la
sociedad durante más de un siglo de existencia. Actualmente quedan dos,
Caixabank y Catalunya Caixa, aunque probablemente, cuando aparezca este artículo,
se conocerá la nueva configuración de cada una de ellas, la primera como
adquiriente y la segunda como adquirida.
En el momento de reiniciarse el proceso de
concentración, venta y fusiones de Cajas hace poco más de dos años, las nueve
Cajas de Ahorro catalanas desaparecidas sumaban 120.000 millones de euros, lo
cual suponía una cuota de mercado del 12% del mercado español y de un 40% del
catalán -el restante 60% lo ostentaba la Caixa- por lo que 48.000 millones de
euros han ido a parar a las CCAA de los grupos que las adquirieron. En cuanto a
la obra Social, acabarán lamentablemente en el olvido.
Lo sucedido demuestra que
no son las ideas ni los modelos los que fracasan, sino los llamados a
gestionarlos. En el caso de las Cajas, salvo honrosas excepciones, el principal
error cometido consistió en una fallida política de captación de depósitos y
una errónea concesión de préstamos. En algunos casos, mientras los recursos de
clientes crecían un 1%, la concesión de “créditos basura” lo hacía en un 35%. Obviamente,
la diferencia consistía en endeudarse hasta los límites insostenibles que les
resultó imposible digerir.
Al contrario de lo que
sucedió en otras Comunidades Autónomas, en Catalunya siempre hubo,
históricamente un rechazo frontal a la cooperación entre Cajas de Ahorro. Cada
una quería su propio territorio e “invadir” el ajeno, lo cual originó el
crecimiento desordenado de oficinas que posteriormente se ha comprobado que han
sobrado. Las corporaciones locales y los poderes políticos que integraban los
consejos de Dirección no estaban dispuestos a ceder su influencia ni perder
prebendas históricas.
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